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AMÉRICA 3 - MONTERREY 3

Águilas y Rayados cocinan un aperitivo de liguilla

Gran partido en el Azteca con goles portentosos, vaivenes y fallas arbitrales. El América se fue con ventaja al descanso y empató a 12' del final.

Actualizado a
Águilas y Rayados cocinan un aperitivo de liguilla
Alex CruzEFE

Un partido de liguilla en plena recta final del campeonato. América y Monterrey pusieron todos los ingredientes: seis tazas de goles, tres cucharadas de polémica y una pizca de violencia. En medio hubo arrebato, ese arrebato tan 'liguillero' que convierte el mediocampo en zona de paso y las áreas en zona de guerra. El fulgor de las gradas. El vaivén. Y ese aire imprevisible, exquisitamente surrealista, que caracteriza nuestro fútbol.

En el Azteca se presentaron los dos mejores equipos del torneo, a juzgar por la estadística. Rayados contra los Raiders de Coapa, homenaje (iniciativa mercadológica mediante). El silogismo arrojaba la conclusión lógica del espectáculo forzoso. Mohamed, técnico poco dado al arrojo, desencadenó a toda su vanguardia en cuanto Hernández Gómez decretó el inicio de la batalla. Cardozo fustigó a González y le avisó que la tarde no le sería placentera. Entonces, Aguilar punteó las pantorillas de Funes Mori, quien cayó revoloteado sobre el área azulcrema. Hernández Gómez señaló al punto de cal pero el monitor desenmascaró su miopía. A Dorlan Pabón poco le importó. De repente, el fulgor les pudo a ambos. Funes Mori remató, en su intento de chilena, la cabeza de Goltz. El argentino terminó en el hospital con un collarín y su conciencia apagada. 

Tras el tanto inaugural, Oribe marcó en fuera de juego y Pabón quiso apuntarse el doblete. No pasó mucho para que Osvaldo Martínez, futbolista con un cañón en el pie, se relamió el bigote cuando un balón muerto posó frente a él en el corazón del área regia. Su disparo, supersónico, no fue avistado ni por el telescopio Hubble. Después, 'Águilas Plateadas' y Rayados intercambiaron golpes con moretón pero sin sangre: Sambueza, Sánchez, Arroyo. Todos accionaron sus metralletas, pero no afinaron la mira. De repente, Aguilar, en maniobra milagro, pescó un envío de Sambueza y su remate parabólico se coló en la meta de Orozco. Golazo o suerte. O ambos. 

De vuelta de los vestidores, Mohamed rompíó el libreto y Ambriz se desgarró los ropajes. Un partido incontenible, vaivén incesante, norte-sur sin cuota. Sánchez empató con un remate de izquierda a segundo poste que Aguilar no pudo negar a pesar de sus negras (y fraudulentas) intenciones. En plena vorágine, los Rayados, desquiciados, regidos por instinto, tomaron el Azteca: centro de Sánchez desde la derecha, puntería biónica, y porrazo de Funes Mori. El América también se despojó de su raciocinio y se entregó a su salvajismo: Sambueza luchó a sangre y muerte con Basanta y Juárez y puso el balón en el pie derecho de Guerrero, quien aguardaba en la frontal y lo envió a las redes de Orozco retacado de pintura. Como un envío de Jim Plunkett. Benedetto pudo llevar el partido al éxtasis, pero con su tiro fofo decidió que había sido demasiado; los aperitivos no deberían ser tan empalagosos, sino dejar al comensal expectante sobre el platillo fuerte.