La debacle: Estados Unidos golea a México y lo elimina del Final Four de la Nations League
Noche tétrica en Las Vegas. ‘El Tri’ perdió los papeles y mucho más en las semifinales de la Concacaf Nations League. Pulisic, con un doblete, y Pepi, anotadores. Cuatro expulsados y mucha violencia, en la cancha y las tribunas.
Nada ha cambiado. Si acaso, todo ha ido a peor. Muchos nombramientos, nuevas estructuras, muchos discursos, nuevas promesas. Y la nada. El desastre. La Nations League, que debía ser una excusa para inflar las vitrinas, se ha convertido en una pesadilla. La ciudad del placer es la del sufrimiento. México volvió a perder un duelo trascendental en ‘La Estrella de la Muerte’, un nombre muy ad hoc, frente al único rival con el que no vale perder. Contra el que ha caído cuatro de cinco veces en dos años. El invicto de Diego Cocca terminó, el grito ‘homofóbico’ volvió en grande, los goles cayeron en raudales (y en contra), y la Selección sólo reaccionó con alardes de boxeador herido y acabado. Hundido. Todo en la misma noche, una nueva, espeluznante, y ya común noche podrida en Estados Unidos. Nada, nada ha cambiado. Y no parece que vaya a hacerlo.
Cegados por las ansias, ambos equipos patinaban sobre el césped de los Raiders. Sólo los verdes plantaron entonces los pies de plomo, pero las incursiones de Orbelín y Antuna, por ambos costados, terminaban con pases a las sombras. Lo que sí no se les podía recriminar era la ligereza, la disposición para que ambos surcaran por las lagunas que partían la cancha, el vértigo (o la imprudencia, según se quiera ver) para exponerse en duelos individuales con todo por perder. En aquella dinámica, Pulisic quemó a Edson, quien tragó tierra por 40 metros; inalcanzable, fulgurante, el heredero espiritual de Landon Donovan careó a Ochoa, cuyo arrastre aparentemente suplicante sirvió para que el caudillo de Pensilvania rebajara el paso y encimara el tobillo sobre la pelota. Extenuado, Pulisic lamentó cómo su esmero terminó en la nada. En tanto, Balogun y Henry Martín, dos espejismos en el desierto vegasino.
Pulisic sólo advierte una vez. Ahora, ejecutó con algún empujón de la ventura. En la ciudad que construyó el azar, Pulisic recibió la bonanza. Tras una secuencia caricaturesca, casi indescriptible, accionada por una salida infructuosa de Israel Reyes, Pulisic se encontró con la pelota como quien halla un tajo de fichas de blackjack en el urinario. Lo demás es mera aplicación de la ley de Murphy. Ni la versión Salernitana de Ochoa puede con los mandatos del azar. Tiro bajo, doloroso, incómodo. Sé que definí la sucesión de infortunios como indescriptible, pero no puedo omitir el pase de fuego con el que Edson cambió al dodgeball con Jorge Sánchez en pleno Clásico.
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Cuando el telón volvió a abrir, los párvulos de Cocca seguían en el casino del Mandalay Bay. Arena del Caribe y perfume de coco. Fue cuando McKinnie divisó a lo profundo a Weah, lanzó como Garoppolo, Guzmán corrió con las margaritas en las manos y Pulisic clavó la estaca en los pulmones de Ochoa. Una bocanada de fútbol total. Cuando Cocca se quitó el confeti de los oídos, el marcador ya estaba Dos-A-Cero. Ay, el estrés postraumático. ‘El Tri’ respondió de la peor forma posible: se subió al ring y repartió macanazos de despecho. Primero, Edson; después, Antuna, quien noqueó a Reyna como hiciera Cruzalta con Villaluz hace algunos años. Con la nariz congestionada de sangre, ‘Gio’ aplaudió con sorna que Antuna saliera indemne. Robinson también cercenó a Montes, sin castigo. Barton avivó el fuego con sus cartones amarillentos y el partido mutó en un arrabal.
Ocurrió que Montes sacó las hachas y serró las piernas de Balogun, quien quería amasar la primera pelota que tocaba en el partido. Se sucedió un aquelarre: Montes, desterrado; Edson, con las manos al cuello de Weah; Cocca, un policía armado con tenedores; y McKennie, con la camiseta desgarrada mientras mostraba orgulloso (y altanero) las huellas de la batalla. Barton también envió a las duchas al mediocampista del Leeds, por involucrar a los aficionados a la refriega. El partido ya había perdido sentido. La doble falla de Antuna evocó los fantasmas de Lusail y colmó la paciencia de Cocca. Ni la magia goleadora de Santi Giménez, ni la frescura de Ozziel Herrera, o el tacto artístico de Córdova; nada iba a cambiar el destino de una noche podrida más en Estados Unidos.
El acabóse
Sólo hay una cosa peor que un Dos-A-Cero: un Tres-A-Cero. Y pasó. Dest, reconvertido en Cafú, eliminó a Gallardo, a Guzmán, a Arteaga, a quien sea; Reyes quedó atolondrado con Pepi, demasiado pillo como para colocarse en las narices de Ochoa con tremebunda facilidad. El VAR tardó en finalizar el trámite. 3-0. A Edson, Arteaga y Dest les habían sobrado ganas de pelear tras la campal: una patada de Álvarez abrió otro round, un jab de Dest, y un desafío de Arteaga a dirimir las diferencias en un combate de luchagrecorromana. Barton usó el poco poder que le quedaba para exiliar a uno por bando mientras caían líquidos de todos colores y procedencias de las gradas del Allegiant. Ya no quedó partido. Quedó una guerra sulfúrica y vomitiva. El problema es que no todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.