Sochi fue Santa Clara
Otro batacazo para el equipo de Juan Carlos Osorio. La 'Mannschaft' juvenil de Löw goleó al Tri y clasificó a la final de la Confederaciones. México jugará por el tercer lugar, ante Portugal.
Escribió Tolstoi que “la fe es la fuerza, si el hombre vive es porque cree en algo”. La Selección Mexicana pone en entredicho sus postulados. Trascendencia, ‘dar el paso’, crecer, evolucionar, ganar. Sochi ha cerrado el círculo que se abrió en Santa Clara.
Mientras México ensayaba su línea de entrada para cortejar a la dama, Alemania ya había aplicado beso francés. Goretzka encabezó la primera invasión, Henrichs conquistó la parcela derecha y delegó la bandera al precursor del ataque, quien la clavó lejos de los dominios de Ochoa, y en el corazón de los aficionados mexicanos en Sochi, en México, dondequiera. Aún malherido, sangrante, el Tri se reincorporó, en estado de sonambulismo, y encajó de inmediato un segundo porrazo. Werner abrió el Mar Negro y, escondido en las montañas del Caúcaso, lejos del escudriño de Araujo y Moreno, apareció Goretzka; caricia en carrera, el pie envolviendo el cuero que se dirige suavemente al mismo rincón ya profanado. Un gol musicalizado por Rostropovich, el ‘cello’ triste, postrado, arrebatado. México en alma rusa.
Escribió Tolstoi también que “los dos guerreros más poderosos con los que se puede contar son la paciencia y el tiempo”. Osorio, sabedor, asumimos, de la obra del novelista de todos los tiempos, miró al césped, resopló, después alzó la vista hacia el cielo limpio y oscuro de Sochi. Ocurrió que Löw ordenó el repliegue de sus tropas y México defendió con posesión, con verso y sin verbo.
Joseph Roth, mítico periodista alemán que exploró los recovecos de la naciente Unión Soviética, desde la frontera polaca hasta las mismas laderas del Cáucaso, Sochi incluida, desarrolló el concepto del ‘alma rusa’ el nervio que había definido a Rusia como nación. Le definía el arrebato y la melancolía. México fue Anna Karenina, presa de la aflicción y el remordimiento. Ni Giovani pudo con Ter Stegen, ni Chicharito con el mal agüero; su puntilla, incomodada por la acometida del portero del Barcelona, se elevó sobre el travesaño. México transitó el balón con criterio y buen gusto en terruño alemán, pero sin sustancia. Deambulaba como alma en pena.
La carrera de Werner, que terminó con un tiro cruzado que coqueteó con la línea de gol, abrió la segunda mitad, un nuevo capítulo del libro de torturas de Alemania frente a México. El verso más bello, un soneto a tres estrofas, fue escrito por Draxler, Hector y Werner, quien puso el punto final. Jaque y mate. Los fantasmas de Santa Clara circundaron el Estadio Fisht. Osorio, con el navío otra vez en llamas, rescató de las mazmorras a Rafa Márquez, con la esperanza de que su sabiduría tolstoyana y el toque de Beckenbauer le salvara el cogote. También probó con Marco Fabián, una esmeralda que brilla en Frankfurt, e Hirving Lozano, el cuchillo de cocina del PSV. Sin embargo, aún no se ha inventado ningún remedio, ni casero ni de última tecnología, que amaine los efectos de una enfermedad terminal. Tiro de Fabián escorado, misil de Layún contenido por Ter Stegen, despejes de Ginter y Rüdiger in-extremis. Volver y volver, en vano. Alma en pena.
Mientras Draxler se hacía trajes a la medida con la piel de Layún, Goretzka gobernaba el centro del campo con puño de hierro y Ginter asentaba un muro de Berlín en la retaguardia, a México se le apagó el alma junto con el sol de Sochi. El cabezazo de Jiménez, previo arrancón de Lozano por izquierda, extirpó astillas al travesaño y ocasionó un tsunami en el Mar Negro. ‘Mexika, Mexika’, retumbaron las montañas de Krásnaya polyana. Nada más ruso que el amor ante la muerte. Las ocasiones se sucedieron: Herrera, Fabián, Márquez, con la receta infalible (desmarque a segundo poste a la salida de un córner), mientras el rostro volvía a desfigurársele a Osorio: los ojos hundidos, los labios mordidos, los brazos impávidos; la misma expresión de Santa Clara. El 7-0 hace un año. La decepción. La debacle. La derrota.
El obús de Marco Fabián, una picardía en una noche podrida, ocasionó una fútil rebelión acallada por la caricia de Younes, previo pase al vacío de Can, otro gol de poesía. Poesía también es el eco del estadio en soledad, el alma en pena, los verbos achicharrados, el silencio de la derrota. No es poesía enternecedora, cierto, pero es poesía rusa. La que vive y perdura. Sochi fue Santa Clara. Y México no ha dejado de ser México. Ni aunque Tolstoi diga lo contrario.
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