México se estrella con el muro de Estados Unidos
La Selección Mexicana apenas sumó un empate ante su máximo rival en el Estadio Azteca y el pase a Rusia deberá a esperar. Vela y Bradley hicieron los golesPolonia - Corea del Sur: amistoso Fecha FIFA
El fuego del Clásico de la Concacaf fue apagado con una torrencial tormenta, de esas que expían pecados y limpian impurezas. México, por segundo partido consecutivo, no pudo doblegar a Estados Unidos en el Estadio Azteca, fortaleza otrora inexpugnable. Un partido bronco, espeso, cansino, celebrado en un ambiente carnavalesco entre ambas aficiones, a pesar de las diatribas políticas, que no conllevó una gran recompensa para el Tri. La aduana estadounidense ha denegado la validez del visado ruso. Quizá Panamá sea menos estricto.
Todo era verbena y camaradería. Dos pueblos bajo un mismo sol y esbozando la misma sonrisa de complicidad. Pero 'Capitán América' Bradley tenía otros planes. Suyos son los códigos nucleares y no dudó en accionar la llave. La portería de Ochoa fue víctima del cataclismo. 40 metros. Una parábola infernal. Una nube de hongo en la portería sur. Un gol que habría celebrado, con cien salvas al aire, James Polk. Afortunadamente, Osorio había dotado a sus pupilos de baños de yodo para sortear los efectos de la radiación. Jonathan Dos Santos, con un tiro que coqueteó con la base del poste derecho, sacudió los miedos del Tri. Y los rastros del plutonio.
Bruce Arena activó la guerra de trincheras y habilitó a Pulisic como centinela, como Robert Jordan en 'Por quién doblan las campanas'. Él porta la dinamita, la pasión, la fe irrestricta. Su equivalente en México es Carlos Vela. En San Sebastián ha cultivado esa dejadez del que se sabe rebosante de talento. El Estadio Azteca le pedía a gritos. Fue cuando cabalgó, como Pancho Villa en Corpus Christi, despedazó a Yedlin, González, Balboa, Lalas... y batió a Guzan con un izquierdazo fulgurante. El guardameta estadounidense tragó pasto en su viaje por un esférico que parecía haber sido engullido por la tierra.
El plan de Arena apenas mutó. Chicharito siguió reducido por los escuadrones especiales de la CIA mientras Lozano era Lawrence de Arabia por los desiertos de Oriente Medio. En tanto, Alanís, el comodín de Osorio, no soportó la guerra de desgaste y el hiperactivo Gallardo lo suplió. Más cuchillos para contrarrestar las granadas furtivas.
El guión de los México-Estados Unidos en el Azteca está determinado por dos variables: drama y misterio. El gol in-extremis de Cuauhtémoc en 1999, el testarazo de Borgetti en 2001, el punterazo de Sabah en 2009. Todos aquellos episodios arrebatadores del fútbol mexicano, que bien habría escrito Mark Twain, estuvieron condicionados por los muros de Arena, Bradley, Klinsmann. En una suerte de crueldad irónica, Estados Unidos instaló una 'hermosa y grandiosa' (Trump dixit) muralla en territorio mexicano; partía el césped del Azteca de una banda a otra. En ello, Nagbe fue Woodrow Wilson y Moreno, capataz de San Juan de Ulúa, evitó la caída del puerto. La respuesta corrió por cuenta de Héctor Herrera, cuyo misil explotó en el travesaño de Guzan. Pero 'Capitán América' Bradley aún no había agotado su arsenal. Aún tenía una segunda bomba, su 'Fat Man', que solo fue desactivada por el poste izquierdo de Ochoa. Al Estadio Azteca le arrancaron el alma súbitamente.
El partido murió sin que la artillería pesada (Aquino, Orbelín, sumados a Vela, Hernández, Herrera) pudiera cuartear el muro de Arena. Estados Unidos se refugió con Altidore, su hombre más adelantado como guardián. Las bufandas ondeantes, los cimentos trémulos del Azteca y el histérico y decreciente 'sí se puede' acompañaron los últimos intentos fatuos. Pulisic casi pone al estadio patas arriba con una maniobra inspirada en Messi, pero la noche no está para grandes gestas. No hay Aztecazo, pero tampoco pasaje a Rusia. Panamá será, en teoría, el valedor. La torrencial lluvia del final apaciguó el fuego de un Clásico más.
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