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Enhorabuena, madridistas

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Breviario del aficionado. Ser aficionado al fútbol es una responsabilidad grave del hombre (y de la mujer). Te obliga a la fidelidad. Y te obliga también al mantenimiento de esa fidelidad hasta términos en los que la estupidez se roza con el fanatismo. Se puede ser del Barça o del Madrid, pero no de los dos a la vez. A la vez se puede ser de equipos disímiles, de países distintos y distantes, o de divisiones o categorías muy diferentes.

Madrid o Juve. Los del Barça, se suponía, teníamos que ser de la Juve. O callar. En la Feria del Libro de Madrid me hicieron esta pregunta tan peligrosa como el polen: “¿Un pronóstico?” No querían un pronóstico: querían un pronunciamiento. Yo dije: “Lo que diga Messi”. Pues había escuchado que Messi iba con el Madrid. La Juve nos había puesto cara a la pared. ¿Cómo querer que gane la Juve? Pero, ¿cómo renunciabas a que te hicieran la pregunta?

Salud del campeón. Luego estaba el partido propiamente dicho. El campeón era el Madrid, quería revalidar. En los alrededores de la casa, las ventanas abiertas, niños estimulaban los gritos de sus padres, el gol de Cristiano Ronaldo fue una apoteosis. El silencio que siguió al gol turinés fue una piedra de hielo del tamaño del estupor. En ese tiempo cruzan, también entre los aficionados que hablan en la radio, tímidos reproches.

La reacción de Zidane. LaLiga nos preparó para saber qué pasa en el vestuario del Madrid en los descansos oscuros. Se resetea todo. Y el equipo volvió cambiado. Cristiano y los suyos están frescos como las lechugas. Lo está Casemiro, que es como un árbol que emite resplandores. Y a la Juve se le fue al suelo la juventud, de todos. Se produjo el estímulo Zidane, eso dijeron en Carrusel. Un perfume de otras épocas del equipo que reinventó Di Stéfano.

El arte de felicitar. En esos momentos en que ya la Juve entregó sin sudor la voluntad, era evidente que el Madrid iba a ganar el campeonato, el cetro duodécimo. En mi calle los niños cantaban los goles como cantarán los enamoramientos. Y sonaban, al final, todo tipo de estruendos felices. Me preparé a felicitar. Lo había hecho otras veces, pues al Madrid le ha tocado últimamente la tarea de ganar. Pero felicitar requiere arte.

"Esencia de Zidane". Por lo que he escuchado, Zidane fue decisivo para que el equipo llegara tan en forma a este tramo decisivo de los campeonatos. Y como entendí que eso era cierto y era bueno que lo recordara en el fausto motivo de la 12, preparé mentalmente esa metáfora, “Esencia de Zidane”, para rendir homenaje a los ganadores. Pero antes puse otro tuit: “Enhorabuena, madridistas de Zidane”. Creía que eso lo englobaba todo.

Dios, la que se armó. Después puse otro tuit para felicitar a los campeones, pues advertí que el grado de entusiasmo requería más palabras entre mis amigos madridistas. Añadí mi creencia de que este fin de etapa de los éxitos madridistas añaden historia europea a su escudo. No es sólo furia: es juego. Pero seguí diciendo que Zidane era el artífice. Recordé lo que Schuster había dicho una semana antes. Zidane es el más grande.

Enhorabuena. Tenía que haberme quedado en lo que dije otras veces: “Enhorabuena, madridistas”. A Luis García Montero, querido madridista, le deseé por la mañana el título de AS: “Que a las once te den la doce”. Y luego saqué la esencia de Zidane de mi tarro. Si me hubiera quedado en lo escueto… Pero quise felicitar también al héroe que hizo del fútbol un arte otra vez. Pero a mis amigos la palabra Zidane les supo a poco. Pues ahí tienen la palabra entera: Realmadrid.