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Cuando se celebraba la Copa

Actualizado a

Los pasacalles en Madrid y las rúas en Barcelona han existido desde siempre cuando uno de sus equipos gana. Sin necesidad de hojear el pasado para recopilar cada ejemplo, uno recuerda las imágenes en blanco y negro de Di Stéfano con la Copa de Europa por la Castellana a lomos de un coche de época. Como tampoco olvida las instantáneas de color de un Guardiola emocionado en la Plaza de San Jaume con el título de Wembley alzado en 1992. Lograr una copa siempre ha sido lo máximo en el deporte, porque es la culminación a un duro año de trabajo y la confirmación de tantas ilusiones compartidas. La diferencia entre antes y ahora es que hace años se festejaba fuera cual fuera la competición, sin importar quién hubiera sido el adversario y sin esperar a la comparación a fin de curso que se suele hacer con el eterno rival. Los tiempos modernos han traído innovadoras formas de festejo, escenarios más pomposos, visitas protocolarias, megafonía y descapotables de primera. En definitiva, una mayor espectacularidad para demostrar y compartir las alegrías. Sin embargo, no todo lo nuevo es mejor. En ocasiones, vencer y celebrar tanto ha maleducado al personal. El Barça puede dar fe de ello. Es significativo el poco ardor de su afición en esta Copa ante el Alavés, con goleada vitoriana en las gradas con blancos del Calderón, y la frialdad de la plantilla tras el 3-1.

Hay quien dice que si el Madrid no tuviera la final de la Champions a la vuelta de la esquina, el Barça hubiera salido hoy mismo por las calles de la Ciudad Condal alardeando de su 29ª Copa, homenajeando así una trayectoria impecable de Luis Enrique. Total, el Barça ya no tiene más partidos por delante y caben todos los excesos. No corre el riesgo de pecar, como hizo en 1994 cuando, tras ganar la Liga ante el Depor con otro milagro, algunos no durmieron y llegaron a la final de Atenas, sólo cuatro días después, con el gancho y la boca seca. Yo, sinceramente, esa posibilidad y justificación aportada no la veo. El listón de este Barcelona está tan alto que los jugadores han malacostumbrado a todos y ellos mismos se han autoimpuesto una exigencia demasiado severa. No celebrarían por todo lo alto porque consideran que podían haber hecho más y que la Copa es propina. Con la mejor delantera del planeta, el objetivo siempre es el máximo, pero este Barça viene de ganar 9 títulos de 13 tras un sextete hace nada, que no es precisamente para ponerse a llorar. Entiendo a los que no suscriben esta forma de proceder. La vida es alegría y el fútbol es ilusión.

El Barça se comporta así desde que gana como norma. Antes no era así. Fuera de este periodo glorioso con Luis Enrique y Guardiola, cuando ganó una Copa siempre le dio la importancia que merecía. Es cierto que últimamente solía echarse a la calle con este título porque solía venir acompañado de la Liga, la Champions o la Recopa, aunque los espectaculares excesos de Gaspart y algunos jugadores tras ganar al Betis en el Bernabéu fue por otras cosas más. Sin embargo, las dos últimas veces que sólo logró la Copa como salvación a una temporada peor de lo habitual, las caras, las actitudes y las declaraciones fueron otras. En 1990 tumbó al Madrid en Mestalla 2-0, en una victoria que sirvió como aire fresco para el Barça de Cruyff, que aún vivía acomplejado por la Quinta del Buitre. Ese día, el técnico holandés estaba eufórico: “Este triunfo vale de algo, ¿no?”, dijo a la prensa. Y el presidente, Núñez, se mostró radiante: “No habrá revolución”, pese a que el río estaba revuelto. El Barça se paseó por Barcelona con la Copa al día siguiente visitando a Maragall en el ayuntamiento y a Pujol en la Generalitat. Dirán que claro, que es que se había ganado ante el Madrid.

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JAVIER GANDULDIARIO AS

Da igual. Antes, he vivido más ejemplos desde que uno está por aquí (1982) en los que se ratifica que esta forma de recibir los títulos dista mucho de la actual. En 1988 había ido más allá tras ganar a la Real Sociedad (1-0 con gol de Alesanco), que partía como clara favorita en el Bernabéu. Aquella noche, la victoria del equipo de Luis Aragonés desató incluso el llanto de Núñez en el palco. La oposición, como él mismo reconoció, ya tenía redactado un duro comunicado contra él para que abandonara el club de inmediato en caso de derrota. El documento acabó en la papelera, ya que el barcelonismo inundó las calles como alivio y ruptura con el pesimismo, en una imagen bien distinta a la que se pudo vivir anoche por el Manzanares, donde el Alavés parecía el campeón, o en Canaletas, donde podría haber más gente el próximo 3 de junio que ayer si es que suena su flauta.

El Madrid siempre se ha comportado de otra manera. Ni mejor ni peor. Simplemente de forma bien distinta. Recientemente, con Mourinho, el equipo se subió en un autobús descapotable para celebrar la Copa ganada al Barça en Valencia como único título de la temporada, pese a que aún no lo sabía. Era abril. No pudo contenerse tras años de dominio culé y sin querer esperar a lo que deparaba la temporada. Cundió aquello de más vale pájaro en mano que ciento volando. La fiesta fue importante. Hubo tanta algarabía que el trofeo acabó por los suelos por un despiste de Ramos. Aunque luego la resaca dio paso a un velatorio con la toma de Messi del Bernabéu en Champions, polémico arbitraje incluido, que finalizó con la Liga y la Orejona en Can Barça. Seguramente el título significaba más que abrazar otra Copa. Suponía la posibilidad de plantar cara a un súper equipo amenazante en plena tormenta de Clásicos. Sin embargo no es excusa ni un ejemplo aislado. La anterior Copa ganada por el Madrid, en 1993, también desató la locura en Cibeles. Fue ante el Zaragoza (2-0). Pese a que ese año el Barça se llevó otra vez la Liga y el título ganado se veía por muchos como mero maquillaje. El equipo blanco, sin atender a la depresión por el dominio del Dream Team, se fue derecho a ofrecer la Copa a la Diosa a las 4:30 de la madrugada. Muchos jugadores incluso se bañaron con los hinchas. Quienes repasen ahora aquellas fotos que acompañan a este texto, igual se apiadaban ahora de este añito culé. Al día siguiente Luis Enrique fue uno de los jugadores más animados en la cena de celebración en un restaurante de Pozuelo, donde la Copa se ubicó en el centro de la mesa en señal de orgullo. Cómo hemos cambiado.

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