Toluca evita la victoria de Chivas en el Infierno
Rodolfo Pizarro adelantó al Rebaño Sagrado, pero Fernando Uribe igualó las cartulinas. Todo se definirá el domingo en Guadalajara.
Toluca y Chivas firmaron un empate, primero cansino y al final apasionante, en el primer partido de las Semifinales del Clausura 2017 en un estadio lleno hasta la punta del tridente. Había tanta gente en el infierno que las escaleras que llevan al cielo estaban congestionadas. Pizarro y Uribe fueron los autores de los gritos que dejan la eliminatoria abierta de par en par, como con un trinche candente.
El Toluca salió como toro. Bravío, con los fosas nasales hinchadas, resoplando y refunfuñando. Las embestidas de Uribe, sin embargo, no turbaron en demasía a Cota. Las Chivas, en letargo, mientras navegaban por la lava del infierno, buscaban asilo en alguna roca. Nada dura demasiado, ni una tortura en el averno al contrario de la creencia popular. El efecto de la cafeína se diluyó para el Toluca con el gol anulado a Uribe. Entonces, las Chivas recuperaron color mientras la bruma de ámbar en ceniza se postraba sobre el Nemesio Díez, el cielo que habría de anunciar el fin del mundo, el cielo del infierno.
Las cuchillazos de Fierro rompieron las costuras de González, mientras el tesón de Pulido servía para destruir a la muralla Da Silva. A pesar de todo, del extravío de Ríos y Barrientos en la medular, Talavera no fue obligado a escribir un recuento de daños. El meta abortó, con un prodigioso viaje bajo tierra, un cabezazo de Pulido y vio llover tras su cabaña una cantidad ingente de envíos sin destinatario. Orbelín tampoco tuvo atino para firmar una dádiva con moño y dedicatoria especial. El primer tiempo murió entre el alivio de unos y la cerveza agria para los otros.
La volea de Hauche, que sacudió las telarañas de los guantes de Cota, dio la bienvenida al segundo capítulo. Desde entonces, y hasta la recta final, el partido se trasladó a la tribuna. Un bellísimo duelo de arengas que hicieron lucir al Nemesio Díez tan esplendoroso, ten señorial, al amparo de la tibia noche toluqueña. El fuego de la tribuna hizo que el encuentro, cerrado con candado, entrará en combustión. El obús de Salinas ocasionó que Cota activara el escudo antiaéreo. Y después, el fuego. Una carambola dejó a Pizarro en solitario en el paredón de fusilamiento, como Lawrence en los desiertos arábigos; la ejecución soñada para todo artillero. Pum. Pero el Toluca portaba el chaleco antibalas.
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La acarició Sambueza y Uribe, con un pestañeo, volvió a encender los corazones en el infierno en cenizas. Después Pulido casi cuelga una obra de arte y el juez volvió a ilegalizar un tanto escarlata. Si el segundo capítulo es una continuación del desfogue final, apenas cabrán las palabras.
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