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Philipp Lahm: el pequeño gigante de Múnich

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No siempre el jugador más querido es el mejor de un equipo, una evidencia tan vieja como el fútbol, escenificada en cualquier campo. En el Allianz Arena, la afición del Bayern recibía durante años a Bastian Schweinsteiger al grito de ¡Fussballgoth¡ (¡El Dios del fútbol!), una exageración en toda regla que señalaba la admiración de la hinchada por un jugador optimista y laborioso, con una técnica discreta y una tentación insuperable a tribunear. Al pequeño Philipp Lahm le recibían con una considerada ovación y poco más. El bueno de verdad ha sido Lahm, que esta semana ha comunicado su despedida del fútbol cuando termine la temporada.

El contrato de Lahm termina en 2019, pero el capitán del Bayern anunció su adiós por sorpresa, sin ceremonia y sin la presencia de ningún directivo del club a su lado. Lahm, un futbolista a la antigua, sin ningún deseo de vivir bajo el foco mediático, siempre se ha caracterizado por su profesionalidad, el liderazgo sin aspavientos, una consistencia apenas igualada por nadie de su generación y una inteligencia poco común en el campo de juego.

Deja el fútbol con todos los trofeos posibles (campeón del mundo con la selección alemana en 2014, campeón de Europa con el Bayern y siete veces ganador de la Bundesliga), excepto la Eurocopa. En la final del Práter, en 2008, Lahm no logró interceptar el pase de Xavi a Fernando Torres, ni contener al delantero español, autor de un gol para la historia. Es raro, sin embargo, referirse a un error de Lahm. Siempre ha sido un reloj. Productivo, incansable y versátil, su influencia en el fútbol del Bayern y de la selección alemana ha sido tan grande que anularle significaba el primer objetivo de los rivales.

Lahm, cuya estatura (1,70 metros) no invitaba a pensar en él como un coloso, impresionó desde juvenil. Bávaro de nacimiento, comenzó a jugar con 11 años en los infantiles del Bayern, donde ha desarrollado toda su carrera, salvo sus dos años como cedido en el Stuttgart. Diestro por naturaleza, ocupó el puesto de lateral izquierdo en sus primeros años. Con 21 años disputó la Eurocopa de Portugal. Dos años después, en 2006, fue titular indiscutible en la joven selección que Jürgen Klinsmann y Jürgen Klopp diseñaron para el Mundial de Alemania, momento clave en la renovación del fútbol alemán.

Su diminuta figura se transformaba en una gigantesca presencia en los partidos. En Durban, en la semifinal España-Alemania, Vicente del Bosque consideró que no había pieza más crucial que Lahm en el equipo adversario. Para atajar el problema, eligió como titular a Pedro, un recién llegado a la Selección. Pedro tenía que atacar a Lahm y evitar su capacidad para distribuir el juego desde la banda derecha. España venció y Pedro brindó un partido extraordinario. Lahm apenas pasó del medio campo.

Por raro que parezca, Lahm siempre logró que el juego pivotara sobre él, a pesar de su posición como lateral. Lo conseguía con su astucia para interpretar el juego, la facilidad para defender la pelota a pesar de su pequeña estatura, la inteligencia para conectar pases cortos y su puntualidad para llegar a posiciones de ataque. Todo eso, que no es poco, sin caer en el tremendismo, ni en la demagogia. No ha habido rival que no le haya respetado.

De su versatilidad habla la decisión que tomó Guardiola cuando llegó al Bayern y se encontró sin un mediocentro de su confianza. Ante la sorpresa general, trasladó a Lahm al medio campo, con un éxito indiscutible. Lo mismo ocurrió cuando le utilizó de interior derecho. La admiración de Guardiola por Lahm no tiene límites. No ha sido el Fussballgoth de la gente, pero sí el jugador que todos los técnicos y jugadores quieren tener a su lado.