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BARCELONA 1-ATLÉTICO 1

Gesta inacabada del Atleti; Barcelona en la final de Copa

Partido de los grandes en el Camp Nou: dos goles, tres expulsados, un penalti fallado y muchas ocasiones del Atlético al limbo. El Barça aguantó y ya está en la final.

Partido de los grandes en el Camp Nou: dos goles, tres expulsados, un penalti fallado y muchas ocasiones del Atlético al limbo. El Barça aguantó y ya está en la final.
RODOLFO MOLINADIARIO AS

El destino volvió a girar dramáticamente contra el Atlético, que cumplió su promesa de morir llamando a la puerta del heroico Cillessen. En el examen post mortem quedará un partido pleno del equipo rojiblanco, repleto de inteligencia emocional y de golpes a la mandíbula del azar, desde el gol mal anulado a Griezmann al penalti errado por Gameiro. El Atlético fue sublime en esfuerzo y voluntad, una sinfonía inacabada. El Barça, un finalista que debe pasar por consulta de inmediato.

No fue impostura ni postureo ni demagogia de sala de prensa. El Atlético retomó el caso donde lo dejó en el Calderón, asomado al área del Barça, con fútbol, soltura y patriotismo, que eso nunca faltó en la era Simeone. El valor seco del Atlético no se quedó en la alineación, también estuvo en la intención, porque en atornilló hasta el suplicio la salida de la pelota del Barcelona, que sin Busquets e Iniesta llegó a acobardarse. El equipo azulgrana fue, durante mucho tiempo, el sonámbulo del Villamarín, sin ningún cortafuegos en la zona ancha, con André Gomes, Rakitic y Denis a merced del oleaje e incomunicado con sus fuerzas armadas, Messi y Luis Suárez. Sólo fue ocurrente cuando el argentino apareció en el radar. Arda quedó como atacante de compañía. Por cuarta vez en este año (Anoeta, Heliópolis y la segunda parte del Calderón fueron los precedentes) se vio atropellado como no se recordaba en la última década. Hubo ratos de Cillessen contra el mundo, escenario difícilmente imaginable.

El Atlético, con una labor cooperativa, disimuló su cintura de avispa con únicamente Koke y Saúl en el eje, y resultó una verdadera fuerza de asalto en todas sus variantes: en ataque posicional, a la contra, en estrategia... En veinte minutos fue coleccionando oportunidades: un trallazo de Carrasco al muñeco, un cabezazo de Griezmann, un zapatazo de Koke que casi derrite las manos de Cillessen, un cabezazo de Godín, un remate al lateral de la red de Felipe, tres cuartos de penalti por empujón imprudente e inocente de Sergi Roberto a Torres. Ninguna de las oportunidades fue canjeable por un gol.

Y a los 30 minutos el Barça dejó de estar bajo los efectos de la anestesia. Fue una convalecencia lenta. Primero recobró la pelota. En un principio como paliativo, para dejar de sufrir, y cuando reclamó a Messi, como arma. A tres minutos del descanso, el argentino salió de un laberinto de tres y su disparo, rechazado por Moyá, lo recogió Luis Suárez para hacer su trabajo. La taumaturgia de Messi resulta incansable y la desdicha del Atlético, eterna.

Y entonces llegaron más curvas. El Atlético perdió a Godín, lesionado, y Sergi Roberto y Gil Manzano, la cabeza. El culé vio la segunda amarilla un segundo antes de ser sustituido por un planchazo sin explicación a Filipe Luis. El árbitro, inducido por su línier, le quitó el empate a Griezmann por un fuera de juego inexistente de ojo de halcón. Un resbalón inoportuno llevó a Carrasco a la perdición de la segunda tarjeta. Hubo más aparatosidad que mala intención. Ese cuarto de hora repleto de sucesos devolvió al Atlético, con Mascherano de bombero en la banda derecha y el Barça refugiado en sus centrales, pero con un peor horizonte. Perdida la superioridad numérica y con Busquets e Iniesta bajándole la temperatura al encuentro, el Atlético fue capaz de rehacerse. Messi estrelló otra perla en el larguero antes de que Gameiro perdiera el que parecía último tren mandando un penalti muy poco claro a la Diagonal. Lo enmendó con el empate y entonces llegó una carga tremenda, en la que Luis Suárez también fue expulsado (como Sergi Roberto se pierde la final). Pasó el Barça, pero el estrellato de Cillessen debe inquietarle.

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