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Amenazando con la Superliga Europea

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Veámoslo así: el Madrid es líder en solitario con dos partidos menos. Sería suficiente para estar satisfecho. Incluso da hasta para presumir. Pero la pataleta contra el aplazamiento, por causa estrictamente mayor, del partido de Vigo le impide ver eso. El Madrid, Florentino a la cabeza, se partió el brazo contra toda lógica para forzar que el partido se jugase, bien doblegando la decisión del alcalde, bien improvisando algún escenario por el Noroeste de España, o incluso el Norte de Portugal. Una apuesta fracasada porque era imposible ganarla. Lo suyo hubiera sido mirar el contratiempo con calma y la tabla con entusiasmo.

La actitud del club nace de dos impulsos mezquinos. Uno, la frustración de  que se escapara la oportunidad de jugar contra un Celta con nueve suplentes, ambición digamos, poco deportiva. Otra, el juicio temerario, la suposición infamante de que la suspensión obedecía a una concesión del alcalde al Celta para quitarle el partido de delante. Todo menos considerar la situación real: un temporal ha puesto en evidencia el mal estado de los voladizos de Riazor y Balaídos, razón por la que ha habido que suspender ambos encuentros.  Una contrariedad, pero la vida está llena de ellas. En estos casos ya saben el consejo: al mal tiempo, buena cara.

La arrogancia de Florentino ha sufrido, claro. Y ahora desliza la amenaza de que el Madrid merece algo mejor, algo como la Superliga Europea, un proyecto que cuece Charlie Stilitano, el promotor de esa International Champions Cup de cada verano, especie de Carranza en tres continentes de contabilidad liosa y al que acuden los clubes ricos de Europa. El Madrid tiene derecho a considerar ese proyecto, por supuesto que sí, y hasta a mirarlo con ilusión. Pero las decisiones no se toman por rabietas. No hay nada que aconseje peor a las personas que el sentimiento de despecho. El problema ha sido, simplemente, pretender un imposible.