Griezmann calla a San Mamés
El francés marcó el gol del empate después de que Lekue, con un golazo, y De Marcos, remontaran el tanto tempranero de Koke. El Atlético, a ocho puntos del líder.
Fueron Athletic y Atleti dos equipos intensos mirándose cara a cara, dos grandes entrenadores en los banquillos moviendo sus piezas, fútbol a la altura del lugar donde se jugaba, la Catedral, San Mamés. Si Valverde tuvo el criterio de Iturraspe y la presencia de Raúl García. Simeone tuvo a Griezmann. Empate a todo, intercambio de golpes, reparto de puntos.
Lo tuvo el Atleti, pero fue demasiado pronto. Era el minuto tres cuando en San Mamés sonó la red de la portería de Iraoizoz y Griezmann se dio la vuelta para señalar a Koke. “Es tuyo, es tuyo”, decía su dedo antes de abrazarle. Se acababa el debate. El gol del Atleti en San Mamés ya tenía dueño. Koke. Alrededor de él había salido el Atlético con ambición avasalladora. ¿Dudas alrededor del equipo? En esos minutos ninguna. Se movía rapidísimo, grácil, como un equipo que se ha quitado un invierno de encima, rapidísimo, con las piezas colocadas donde mejor funcionan, donde mejor se mueven, Saúl delante de la defensa, Carrasco a la izquierda, Griezmann derecha y Gameiro arriba. ¿Resultado? Presión alta, asfixiante y brillante con el balón, sostenido sobre la banda izquierda, por un Filipe en el que siempre comenzaba todo, hijo del viento.
Así sucedió en el gol que pareció de Griezmann pero en realidad fue de Koke. El brasileño agarró un balón y cedió a Carrasco, antes de que el balón le volviera en la línea de fondo. Fue Filipe el que levantó la cabeza y vio a Koke en el pico del área. Filipe allá envió el balón y allí lo golpeó Koke, de su bota salió un centro-chut dirección Griezmann que se convirtió en gol. Tardó muchísimos minutos el Athletic en espabilarse del golpe, como si hasta el minuto 17 no fuera consciente de que jugaba un partido, de que se jugaba en casa, de que enfrente tenía al Atleti y de que el Atleti ya le ganaba.
Le dio 17 minutos de ventaja, pero apareció el Athletic a lomos de Raúl García. Su primer aviso fue un disparo desde fuera del área y el rechace de Moyá se paseó por el área antes de irse a córner. El León se había despertado y no dejaba de crecer minuto a minuto. Valverde buscaba agujeros a Giménez y a Godín, primero con Williams de 9, después con Raúl García, con Iturraspe dándole sentido a cada balón y Muniain creando caos en el Atleti cada vez que agarraba uno, como si estuviera bañado en aceite, nadie era capaz de apresarle, de detenerle, de pararle. Pero no sufría Simeone.
Aunque no tuviera el balón sí el partido en lo que quería. Bajo control, esperando una contra que le diera el 0-2 y la tranquilidad. Pudo tenerlo Carrasco después de un robo de Koke, pero cruzó demasiado el balón. El Atleti estaba muy atrás, había cedido demasiado campo. Justo cuando quedaban tres minutos para el descanso, Lekue hizo sonar la red de Moyá con un disparo potentísimo, imparable, desde el corazón del área sin que Giménez primero, después de Godín y en última instancia Vrsaljko pudieran impedirlo, despistarlo.
Una falta de Raúl García sobre Koke (no hay amigos en las batallas) avanzaría lo que los primeros minutos de la segunda parte serían. Trabados y llenos de faltas hasta que los centrales del Atleti fallaran en cadena y Raúl García encontrara un hueco en el corazón del área adonde enviar un balón. Es lo que ocurre cuando en el equipo contrario juegue alguien que te conoce tanto, que sabe como nadie donde están tus dudas, fallos, inseguridades y talones de Aquiles: sólo le basta poner el balón sabiendo bien donde lo pone.
En este caso fue ahí para que De Marcos pusiera la cabeza y batiera a Moyá. Gol. Remontada culminada. El Athletic ya ganaba al Atleti en el nuevo San Mamés antes de que este se le hiciera viejo. La respuesta de Simeone fue instantánea: sentar a Gabi, sacar a Torres. Arañó una falta que lanzó Carrasco y se fue fuera. Justo después entraban al campo Correa y Gaitán, las últimas cartas.
Dio igual: el Atleti seguía noqueado, como si aquellos primeros minutos del partido formaron parte de otra vida, de otro partido, de otro Atleti. Sólo Griezmann, con su clase, sobresalía. Pero a veces con Griezmann vale, Griezmann es suficiente. Capaz como es de hacer brotar agua en los desiertos, se echó a la espalda a su equipo para eludir las faltas, las trampas y las piernas del Athletic y tumbar lo que parecía escrito, la derrota, y hacer sonar de nuevo la red de Iraizoz. Dos veces, además. La primera, un disparo cruzado, bellísimo, que entró en parábola como besando la escuadra y el palo izquierdo, que no valió, anulado por fuera de juego. La segunda, sí. Robó Torres y le dejó el balón para que, desde 25 metros, y ante Laporte, San José y Bóveda se sacara de la zurda un disparo potentísimo, a la base del palo derecho de la portería que fue el empate, el golpe final del Atleti en San Mamés.