Los buenos resultados de la Selección Mexicana en esa racha ilusoria nunca dejaron ver la fragilidad de este equipo. El despertar fue abrupto, doloroso, inesperado.
México recibió su peor derrota desde que participa en Copa América y se fue por la puerta de atrás, castigado, humillado, echado a patadas por la Selección de Chile que dio su mejor partido desde que Pizzi tomó las riendas de La Roja.
¿Cómo explicar una hecatombe de 7-0? ¿Cómo reseñar la devastación cuando apenas quedan palabras? ¿Cómo escudriñar entre las ruinas humeantes cuando ni siquiera reconoces qué partes corresponden a qué? México fue humillado en Santa Clara; las palabras como son. Ahogada en la bahía, atropellada por el tranvía. Un episodio de los que engendran traumas incorregibles. El tiempo podrá difuminar el recuerdo, sí, pero Santa Clara será siempre el lugar donde, alguna noche, la Selección fue destruida hasta sus cimientos. Todo quedó enterrado. Los envíos de Aránguiz, con arco y flecha, pronto sembrarían el pánico en terruño mexicano. Uno de ellos llegó a pies de Alexis, cuyo acto de ilusionismo logró traspasar la pelota entre Layún y Dueñas; Aránguiz descargó la bayoneta, Ochoa soportó pero Puch recogió la bala. Nadie sobrevive dos fusilamientos. El gol no descongestionó a México; Herrera y Guardado deambulaban por Atacama y Javier Hernández estaba recluido en Alcatraz. En tanto Vidal, el monstruo de Sillicon Valley, colonizaba cada centímetro cuadrado de césped. Mientras México naufragaba en la bahía, ‘La Roja’ tuvo una pequeña regresión a su etapa ‘bielsista’. Pase de arcoiris, por encima de los centrales, maniobra de Vargas y conexión Alexis-Vidal-Beasejour, todo de vuelta a Vargas en círculo aristotélico. Tiempo, paciencia, profundidad. Un soneto de Mistral convertido al fútbol. El juez de línea Gil, no muy adepto al arte, reprobó la gestación de la obra. ¿Qué no vale? Po’ weón, Alexis bailó cueca frente a Aguilar, Vargas asaltó a Moreno y cruzó a Ochoa. La deshonrosa procesión del Tri hacia sus cuarteles fue musicalizada por ‘Touch of Grey’ de Greatful Dead: “It’s a lesson to me”. Juan Carlos Osorio castigó la displicencia de Dueñas y exilió al hiperactivo Lozano. Apenas Jiménez y Peña olían el césped cuando Vidal pilló a Herrera, le causó un aneurisma en el coxis, y regaló el tercer tanto a Alexis, quien disparó al Golden Gate abierto de par en par. Acto seguido, la segunda parte del terremoto de Valdivia estremeció el campo mexicano; Vargas recogió una bala perdida y con colchón en el botín envío a dormir a Ochoa. Réplica: Beausejour surcó la falla de San Andrés (o Paul Aguilar) y Vargas derrumbó hasta los cimientos de la Selección Mexicana. No quedó nada. Solo hierro humeante, las vigas torcidas, las banderas desgarradas. Sin sangre. La noche en Santa Clara, usualmente relajada y pasadera, degeneró hasta convertirse en una misa negra. Así como el festival hippie en Golden Gate terminó en Altamont; el ‘amor y paz’ empapado en sangre y ácido. Vidal, Alexis y Vargas, investidos como los mismísimos ‘Angels of Hell’. Guillermo Ochoa, quien eligió el peor día posible para untarse las manos con mantequilla, recibió la ira de la grada. “Ya párenle”, habrá musitado mientras los improperios del gentío caían sobre sus espaldas y la metralla chilena seguía destrozándole las palmas. El que a hierro mata… El sexto gol ilustra la catástrofe. González transitó por el freeway-Paul Aguilar, Puch ocasionó una carambola entre Layún, él y el poste derecho, y Vargas volvió a ocasionar el choque de placas tectónicas. La puntilla de Puch, a pase del comandante Vidal, cerró la noche triste de Santa Clara. No hubo flores en la cabeza, ni paseos en tranvía, ni abrazos por la brisa de la bahía. “I left my heart in San Francisco”, clamará Osorio.
Los discursos, las metodologías, las conferencias académicas, los tipos de fibra muscular, la minuciosidad, la libre expresión, el competencia interna; la dignidad. Todo quedó enterrado.