El 'Rebaño' vuelve a empatar y los 'Felinos' no arrancan
Las Chivas aún no han ganado en el torneo y los Tigres todavía no alcanzan velocidad crucero. Partido plagado de errores y volteretas: Chivas arrancó ganando, los Tigres remontaron y Cisneros empató al final.
El partido fue un hermoso accidente. A Thomas de Quincey le habría fascinado escribir la crónica. En "El asesinato como una de las Bellas Artes", el escritor británico explora, con tinta cargada de ironía, cómo los sesos desperdigados, la disposición de los cuerpos magullados sobre el piso, los rostros contraídos por la agonía, conjuntan un 'bellísimo' retrato de gran embalaje estético. Chivas y Tigres hicieron homenaje al ensayo de Quincey. Un partido sumamente imperfecto, torpe, ensangrentado, encantador. Porque, precisamente, en su imperfección y su sangría, reside su belleza. Aplausos, Almeyda y Ferretti (aunque sus patrones, quizá, se guarden las felicitaciones para otro día).
Sin Gignac, atormentado por 'la Venganza de Moctezuma' (gastroenteritis), los Tigres debieron buscarse la vida; como el niño mimado que, de la noche a la mañana, ha perdido el crédito de su tarjeta. Sóbis y Fernández, como medicamento para el malestar estomacal. Sin embargo, la falta de 'francisidad' (el ansia revolucionaria que pregona Gignac) no fue el problema para los pupilos de Ferretti, sino la escasa capacidad de contención, la dejación de Damm y el ofusco de Aquino. El equipo de Almeyda arremetió contra la retaguardia regia. Y, precisamente, tanto topetazo terminaría por echar abajo el portón. Las manos de manteca de Nahuel Guzmán dejaron viva una roca de lava lanzada por Raúl López, quizá quemaba demasiado; Orbelín Pineda la convirtió en grito de gol. Solo el lance prodigioso de Rodríguez, a disparo alto de Aquino, angustió a la feligresía tapatía.
De vuelta al campo, los Tigres se armaron con metralletas y granadas. Y Guido Pizarro, en el centro de la pradera, enarbolando todo un arsenal en una sola mano. Como personaje de Mad Max. El centrocampista argentino desgarró las costuras de la defensa rojinegra y envió un trazo que Fernández convirtió en obra de arte. Taconazo, como bailarín de charleston, el remate que resuena sobre la madera hueca. Giro incluido. Si fuera un asesinato, como el que habría imaginado Quincey, habría sido perpetrado ahogando a la víctima en un manto de terciopelo. Acto seguido, Rafael Sóbis, mucho menos delicado, clavó el segundo. Siguió la catástrofe hermosa: Rodríguez entregó el tercero en bandeja de plata a Sóbis, pero el brasileño no es muy afín a la etiqueta. El empate tapatío, evidentemente, estaría impregnado de mugre y linfa. Ayala, Juninho, Salcedo, Cisneros; todos en un bailoteo demencial en el área que terminaría con el grito del último. El partido no volvió a detonar a pesar de los intentos de Sóbis y Juninho. Nadie quiso hacer más sangre.
Las Chivas siguen sin ganar en el torneo (tres empates) y los Tigres siguen con el freno de mano. Ojo, Matías. Que en el palco de Omnilife mora un aficionado, tanto como Quincey, de las ejecuciones sanguinolentas.