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LIGUILLA APERTURA 2015

Uribe salva a los Diablos

Los cuartos de final terminan en Toluca en un partido de vida o muerte. Los Diablos dejaron ir una ventaja de dos goles en la ida.

Actualizado a
Fernando Uribe anotó su onceavo gol del torneo.
ALEX CRUZEFE

El Toluca está en su hábitat. Los pergaminos, los que labró y enarbola Cardozo, dictan que la liguilla se conquista a base de bilis, estética y pericia. Las liguillas son terreno fértil para la épica. Son otros tiempos, habrá que decir. Basta la pericia y la bilis. Quizá algún rezo. Apelar al lugar común del 'Diablo sabe por viejo' sería inexacto para la crónica. No supo por viejo. Supo por herencia. Y porque su rival, misericordioso, ejerció de Obama en Día de Acción de Gracias y perdonó el despellejamiento. Si no hubo rezos, tendría que haberlos, por agradecimiento. Si ven a la plantilla del Toluca en la Catedral de la Plaza de los Mártires, ya sabrán por qué. 

Pablo Marini planeó el partido apegado a un ideario excesivamente pragmático y escuetamente pasional. Toledo y Torres, enclavados en el centro de campo, Gutiérrez percutía la pradera izquierda y Rojas la derecha. Bermúdez, omnipresente, trazaba triángulos con cualquiera de los susodichos, sin mencionar a Alustiza y Rey. Sostenido por la ubicuidad del 'Hobbit', el Puebla siempre creó superioridades con el balón en pie, mismas que nunca fueron descifradas por Cardozo. El síntoma: Bermúdez impactó a un rincón al que Talavera tendría que haberse zambullido en el césped para llegar. Minutos antes, Da Silva cargó a la espalda de Rey. Chacón hizo mutis. 

El Toluca no encontró armonía y sólo tuvo sosiego cuando entró en juego la pizarra. Arellano cabeceó hacia las palmas extendidas de Campestrini, portero tocado por los dioses. La única luz entre la tiniebla. El Puebla, más dúctil, más equipo, siguió regodeado en su romance con el cuero. Toledo desgarró las costuras de Pérez y envío a batalla de Alustiza, cuya caricia de izquierda fue contenida por Talavera. El mal agüero, más faltaba, tomó prisionero al infierno. 

El entre tiempo no alivió los achaques de Cardozo. El Puebla prosiguió con su fútbol concienzudo. Toque, toque, toque. Materia gris, anagramas, algoritmos. Trazos en la pizarra, fútbol de hipótesis. Talavera sacó pecho ante Alustiza y Gutiérrez mientras la Franja, muy retórica, empezó a ahogarse en su fútbol de método científico. Acosta protagonizó el único arrebato poblano, maniobra a-lo-Messi y tiro quemante manoteado por Talavera, como DeAndre Jordan haciendo un bloqueo sobre el canasto. El Toluca se encomendó a Cueva y Lobos, paladines de la retórica. A veces, las palabras exactas son la solución más simple. Esquivel accionó un cañonazo que estremeció el travesaño como preámbulo al gol de Fernando Uribe: balón como estrella fugaz enviado por Rojas (probablemente sin ninguna intención más que la defensiva), el pecho de Uribe como colchón y su pie como guante. Golazo saneador. 

Poco más ocurrió. Que el último aliento de Alustiza terminó en el techo de la meta de Talavera y que Cueva quiso despedir a la Franja con un beso cuando requería de un golpe con un bat. Y que el Toluca visitará la Catedral de la Plaza de los Mártires. Y si no, debería hacerlo.